Durante los diez últimos meses vivimos inmersos en la espiral de acontecimientos derivados de la covid-19. Ya sea en el ámbito sanitario o económico, las consecuencias son trágicas. La implantación de medidas adecuadas que las equilibren  es una auténtica obra de ingeniería, agravada por los constantes cambios en el avance de la pandemia. Albergamos la esperanza como sociedad de que la vacuna pondrá fin a esta situación, pero con la incertidumbre de no saber cuándo exactamente ocurrirá. No es extraño que estemos agotados por el desgaste que estamos sufriendo y que enfrentemos toda esta situación con temor acerca de lo que les deparará el futuro, aún el más inmediato.

Aunque ninguno de nosotros había atravesado una situación parecida, lo cierto es que la historia de la humanidad está repleta de grandes crisis provocadas por pandemias o guerras. Realmente no es algo nuevo o inédito, a pesar de que a nuestros ojos pueda parecerlo. Por otra parte tampoco debemos perder de vista que también enfrentamos diferentes momentos de crisis a nivel persona a lo largo de nuestra vida.  La cuestión es cómo poder enfrentarlas y no caer en el desánimo.

Fijémonos en  Jesús, concretamente en su  mayor momento de crisis, tanto personal como en su relación con sus discípulos. Reunido con ellos para celebrar la Pascua, les anuncia su inminente partida provocada por su muerte (Juan 13-14). Traicionado por uno de sus más allegados, será entregado por los judíos a la autoridad romana para ser crucificado. El temor se apodera de ellos. Completamente desconcertados ven todos sus sueños e ilusiones rotos en un momento. Jesús también se enfrentará en unas horas a una intensa agonía. Recobra fuerzas y pronuncia palabras tremendamente consoladoras para ellos: “No os angustiéis. Confiad en Dios, confiad también en mí. En el hogar de mi Padre hay muchas viviendas; si no fuera así, ya os lo habría dicho. Voy a prepararos un lugar.  Y, si me voy y os lo preparo, vendré para llevaros conmigo. Así estaréis donde yo esté.” (Juan 14:1-3).

Su marcha no pone fin al proyecto que habían comenzado juntos, todo lo contrario. Jesús cumple con el propósito de su venida al morir en la Cruz para traer salvación a todos los que en adelante pongan su confianza en Él. Ellos ahora serán los mensajeros de esa salvación. Lo que parecía una aparente tragedia obedecía a un plan perfecto trazado por Dios. Por eso finalmente termina diciéndoles las siguientes palabras: “La paz os dejo; mi paz os doy. Yo no os la doy como la da el mundo. No os angustiéis ni os acobardéis.”(Juan 14:27).

Jesús vino para ponernos en paz con Dios. Es el artífice de la paz. Y todos aquellos que se han reconciliado con Dios a través de Él,  disfrutan de su paz. A pesar de la crisis que estamos viviendo, y las futuras que puedan venir, los que confían en Cristo Jesús pueden encarar el futuro sin temor ni angustia.

Miguel Ángel Simarro Ruiz