1ª Corintios 15:1-8

¿Te has sentido alguna vez decepcionado porque alguien en el que habías puesto tu confianza te falló? Quizá fue un familiar, un amigo o un compañero de trabajo. Es probable que todos hayamos vivido esta experiencia. Eso mismo les sucedió a los discípulos de Jesús. Aquellos que le habían acompañado por tres años y que habían puesto su confianza en él experimentaron una gran decepción cuando Jesús murió crucificado. No era esto lo que esperaban de él. “Nosotros esperábamos que él era el que había de redimir a Israel” (Lucas 24:21). La muerte de Jesús significó para sus seguidores la muerte de sus esperanzas. Sus sueños, sus ilusiones y proyectos fueron enterrados en aquella tumba donde habían puesto el cuerpo sin vida de Jesús. Con su muerte en la cruz, Jesús había decepcionado a todos sus seguidores. ¿Y tú? ¿Te has sentido alguna vez decepcionado con Jesús?

Mas aquella situación pronto cambiaría. Al tercer día de haber crucificado y sepultado al Señor, sucedió algo que transformó completamente las vidas de sus seguidores. La noticia corrió como la pólvora: ¡CRISTO HA RESUCITADO! Pronto comenzaron a proclamar y extender este nuevo mensaje. A lo largo del libro de Hechos de los Apóstoles, y especialmente en los primeros capítulos, podemos observar que el tema central de la predicación de los seguidores de Jesús no era otro que su resurrección: “Y con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús” (Hechos 4:33). El apóstol Pablo desarrolla en su primera carta a los corintios capítulo 15 lo que podríamos llamar la doctrina básica y fundamental de la fe y del mensaje cristiano: la doctrina de la resurrección de Jesús. Después de su conversión, el apóstol se dedicó a transmitir y a defender esta maravillosa noticia con sólidos argumentos, con evidencias que demostraban la verdad acerca de la resurrección de Jesús. En la cita bíblica que encabeza este artículo Pablo presenta al menos dos argumentos:

EL TESTIMONIO DE LAS ESCRITURAS (1ª Corintios 15:3-4)

Pablo escribe “que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras” (v.3). El apóstol recuerda que Cristo murió en la cruz en nuestro lugar. No murió por sus pecados, ya que él no cometió pecado alguno, sino que “murió por nuestros pecados”. La Biblia enseña que todos nosotros hemos pecado, y la consecuencia de nuestro pecado es la muerte (Romanos 3:23; 6:23). Pero en la cruz, Cristo murió en nuestro lugar para satisfacer la pena que había contra nosotros. El Domingo de Resurrección, cuando Jesús se encontró con sus discípulos les dijo que lo que había sucedido no era otra cosa que el cumplimiento de todo lo que estaba escrito de él en las Escrituras (Lucas 24:45-46).

Una vez que murió en la cruz, luego “fue sepultado” (v.4a). Esta información era importante, porque con ella se estaba verificando que Jesús realmente había muerto. Pero la muerte no era el fin. Pablo continua diciendo que después de haber sido sepultado “resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras” (v.4b). Los cuatro escritores de los evangelios describen de manera explícita que la tumba estaba vacía. Esta noticia iba a ser la piedra principal, el eje central alrededor que cual giraría la predicación de los seguidores de Jesús.

Lamentablemente, igual que sucedió en el pasado, hoy siguen  existiendo los que niegan la resurrección de Cristo. Personas que se esfuerzan en encontrar argumentos que expliquen el porqué estaba vacía la tumba el Domingo de Resurrección. Los razonamientos más populares son: las mujeres se equivocaron de sepulcro; los discípulos robaron el cuerpo de Jesús; y Cristo no murió en la cruz, sino que simplemente se “desvaneció”.

EL TESTIMONIO DE AQUELLOS QUE PUDIERON VERLE (1ª Corintios 15:5-8)

Pero la proclamación cristiana no afirmaba solo “que Cristo murió por nuestros pecados, que fue sepultado y que resucitó al tercer día”, sino también que luego “se apareció a” un importante número de personas (Hechos 2:32; 3:15; 5:32; 10:39-41; 1 Corintios 15:3-8). El mayor testimonio de la resurrección que hubo en la iglesia primitiva fueron las apariciones del Cristo resucitado a sus seguidores. La cantidad de apariciones que menciona el Nuevo Testamento es impresionante. Jesús se apareció: a María Magdalena, Juan 20:11,18; a las mujeres, Mateo 28:1-10; a Pedro, Lucas 24:34; 1 Corintios 15:5; a dos discípulos en el camino de Emaús, Lucas 24:13-35; a los diez discípulos, Lucas 24:36-40; Juan 20:19-23; 1 Corintios 15:5; a más de quinientos discípulos, 1 Corintios 15:6; etc. Pablo se refiere a “más de quinientos hermanos a la vez”, de los cuales dice “la mayoría de ellos viven aún, pero algunos ya duermen”. Con estos argumentos es como si Pablo estuviese diciendo a sus lectores: “si alguien duda del hecho de que Jesús se levantó de la tumba, puede consultarlo a cualquiera de los que aún viven y fueron testigos de este acontecimiento”.

Por un poco de tiempo, los seguidores de Jesús habían perdido su fe. Habían sido “insensatos y tardos de corazón para creer lo que los profetas habían dicho” (Lucas 24:25). Pero ahora todo había cambiado como resultado de lo que había sucedido la madrugada de aquel Domingo de Resurrección. Ellos habían visto, oído y reconocido a Jesús. Ahora tenían la seguridad, la certeza de que Él no estaba muerto. ¡Cristo vive!

Lo cierto es que sin la resurrección no habría fe. Pablo lo afirma claramente cuando en este mismo capítulo dice: “Si Cristo no resucitó, el mensaje que predicamos no vale para nada, ni tampoco vale para nada la fe que tenemos… si Cristo no resucitó… todavía seguimos en nuestros pecados” (1 Corintios 15:14,17). Para los discípulos, la resurrección de Jesús significó el comienzo de la fe con todas las bendiciones que la acompañan. El saber que Jesús estaba vivo, les hizo vivir la vida de forma diferente.

Pero, queridos amig@s, la proclamación de los cristianos con respecto a Jesucristo, no es sencillamente que “Cristo murió por nuestros pecados, que fue sepultado, que resucitó… y que se apareció a sus discípulos”. A esta declaración hay que añadir algo igualmente importante, y es que Jesús volverá otra vez. “Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, vendrá de la misma manera, tal como le habéis visto ir al cielo” (Hechos 1:11). El relato de la vida de Jesús está inacabado. Todavía aguarda al día en que, a su regreso, compartirá con sus seguidores un gran banquete (Marcos 14:25). Hasta que llegue ese día, aquellos que hemos creído en Cristo, continuaremos “aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación de la gloria de nuestro gran Dios y Salvador Cristo Jesús” (Tito 2:13). Amig@, ¿tienes tú esa esperanza?

Benjamín Santana Hernández

Creo
Next Post

Leave a Reply