Sin caer en el tópico de que «tiempos pasados fueron mejores», tenemos que reconocer que los tiempos actuales son difíciles. Quizá no más difíciles que otros, pero son los que nos toca vivir y su dificultad nos afecta de un modo real y directo. La pandemia y sus consecuencias (enfermedad, confinamiento, pérdida de puestos de trabajo, pérdida de poder adquisitivo, muerte). Una nueva y cercana guerra en Europa, subida desorbitada del precio de la luz, del gas, del combustible, de la cesta de la compra. Plena incertidumbre acerca de un futuro que se prevé complicado. Una descripción real de estos tiempos podría ser que son MALOS TIEMPOS.

En una ocasión Jesús atravesaba un lago en barca.  Al llegar a la orilla se reunió en torno a él mucha gente. Posiblemente se empezó a correr la voz de que Jesús regresaba y la curiosidad y la expectación ante sus palabras y sus milagros se despertó de nuevo. Se acerca a Jesús un hombre importante de la ciudad para suplicarle que vaya a su casa rápidamente y que sane a su única hija, la cual está al borde de la muerte. Malos tiempos. Jesús acompaña a este hombre, y con ellos van sus discípulos y una gran multitud, la cual le sigue y casi lo estaba aplastando.

Entre la gente se encontraba una mujer que desde hacía doce años padecía hemorragias. Había sufrido mucho a manos de muchos médicos y había gastado en ellos toda su fortuna, sin conseguir nada, sino ir de mal en peor. Aparece en escena una mujer que hasta ahora había permanecido oculta, cuyos últimos doce años eran un drama, empeorando cada vez más, invirtiendo su dinero en médicos sin resultado alguno. Además, este tipo de enfermedad en la cultura judía no solo afectaba a la salud sino también a las relaciones sociales, ya que las limitaba, y a la participación en el culto a Dios, la cual quedaba restringida. Enferma, debilitada, sin dinero, sin relaciones sociales, sin poder ofrecer culto público a Dios. Podemos hacernos una idea de su situación. Sin duda ella tenía una grave y profunda necesidad personal. Malos tiempos. 

Aquella mujer había oído hablar de Jesús y, confundiéndose entre la gente, llegó hasta él y por detrás le tocó el manto, diciéndose a sí misma: “Sólo con que toque su manto, me curaré”. Quizás había oído de cómo había sanado a otros. Y lo que oyó de Jesús provocó fe en su corazón y esperanza en su alma. Lo que oyó de Jesús no lo desechó. Su fe fue una fe que la llevó a la acción: esa fe, fruto de lo que había oído acerca de Jesús, creó en ella la determinación de ir hasta donde él estaba. Incluso podemos decir que la fe de esta mujer estaba muy lejos de ser una fe perfecta y grande. Pero dentro de su imperfección y pequeñez fue suficiente, porque lo que ocurrió fue maravilloso. Y, efectivamente, le desapareció de inmediato la causa de sus hemorragias y sintió que había quedado curada de su enfermedad. Inmediatamente ella se dio cuenta de su sanidad. Algo había ocurrido en ella: el poder curativo de Jesús poniendo fin, de forma súbita, a su larga enfermedad. 

Jesús se dio cuenta enseguida de que un poder curativo había salido de él; se volvió, pues, hacia la gente y preguntó: ¿Quién ha tocado mi manto?  En medio de los apretujones de unos y otros, Jesús sintió que alguien le había tocado de forma intencional, con fe, con propósito y con una seguridad: la de recibir sanidad, porque se dio cuenta de que había salido poder de él. Muchos estaban allí por pura curiosidad, pero la mujer estaba por profunda necesidad, buscando la ayuda y la misericordia de Jesús. Y es que Jesús percibe lo que otros no perciben. Jesús advierte lo que otros no son capaces de ver. Jesús está pendiente de todo y de todos.

Jesús honró la fe depositada en él dando sanidad a esta desesperada mujer. Todo el que crea en él no será avergonzado, Romanos 10:11. Toda aquella persona que pone su confianza en Jesús jamás será defraudada ni frustrada. Dios no deja en vergüenza a los que confían en él. De la misma forma Jesús dice que Todo el que a mí viene no le echo fuera, Juan 6:37. Jesús está siempre con las manos abiertas para recibir a todo aquel que se quiere acercar a él con fe. Y ambas cosas las pudo experimentar la mujer de este relato (Evangelio de Marcos 5:25-34). Jesús no la dejó en vergüenza ni tampoco la echó de sí.

¿Cuál es tu carga? ¿Cuál es tu problema? ¿Cuál es tu anhelo? ¿Cuál es tu pecado? Ven a Jesús. El que a mí viene, dijo él, no le echo fuera. 

Esta mujer estaba viviendo malos tiempos. Pero hubo para ella buenas noticias cuando oyó hablar de Jesús y de los milagros que hacía; cuando se enteró de que Jesús llegaba a su ciudad; cuando Jesús le dijo: Hija, tu fe te ha salvado. 

Vivimos malos tiempos, un sinfín de complicaciones, dificultades de todo tipo. Pero el mayor de todos los problemas del ser humano es el pecado, ya que le separa de Dios y determina dónde va a pasar la eternidad. Por eso anunciamos el evangelio, las BUENAS NOTICIAS por excelencia:

La cruda realidad es que todos somos pecadores: Todos pecaron y están destituidos (privados) de la gloria de Dios, Romanos 3:23, y que existe un castigo para el pecado: La paga del pecado es la muerte, Romanos 6:23.

Pero las Buenas Noticias son que:

  1. DIOS NOS AMA A TODOS: De tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo unigénito para que todo aquel que en él cree no se pierda mas tenga vida eterna, Juan 3:16.
  2. CRISTO PAGÓ EL PRECIO DEL CASTIGO: Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros, Romanos 5:8.
  3. RECIBIMOS LA SALVACIÓN DE DIOS COMO UN REGALO: Por gracia sois salvos, por medio de la fe. Y esto no procede de vosotros, sino que es don (regalo) de Dios, Efesios 2:8, 9.

De nuevo, ¿cuál es tu carga? ¿Cuál es tu problema? ¿Cuál es tu anhelo? ¿Cuál es tu pecado? Ven a Jesús. El que a mí viene no le echo fuera.

Elisabeth Ramos

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