Juan 4:1-42
En el evangelio de Juan se nos dice que en una ocasión a Jesús “le era necesario pasar por Samaria” (Juan 4:4). En los tiempos de Jesucristo, Palestina estaba dividida en tres partes. En el norte estaba Galilea, en el sur Judea, y en medio Samaria. Cuando un judío quería viajar desde el norte hacia el sur o viceversa, lo más rápido era pasar por Samaria, que estaba en el medio. Pero debido a que desde hacía años entre judíos y samaritanos no había buena armonía, los primeros hacían todo lo posible por no tener que pasar por Samaria, aunque eso les llevara el tener que realizar un largo rodeo. Pero en esta ocasión, Jesús consideró que era necesario cruzar por esta región. ¿Por qué? Nuestro relato nos presenta al menos tres razones del porqué era necesario pasar por aquel lugar.

En primer lugar, era necesario porque en aquella ciudad había muchas personas que necesitaban tener un encuentro personal con Jesús, aunque ellos no lo sabían. Es cierto que Jesús necesitaba pasar por allí para así cumplir la voluntad de Dios Padre (Juan 4:34). Pero de igual manera, la mujer samaritana y el resto de los habitantes de aquella ciudad necesitaban que Jesús viniera a su encuentro porque todos ellos estaban perdidos y necesitaban un Salvador. Jesucristo vino a este mundo con el propósito de buscar y salvar a los pecadores. “Porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lucas 19:10).

En segundo lugar, era necesario pasar por Samaria para así derribar todo tipo de barreras y mostrar la universalidad del evangelio (Juan 4:7-9). En los tiempos bíblicos, los judíos tenían estrictas normas en cuanto a relacionarse con ciertas personas. Por ejemplo, no estaba permitido hablar con una mujer en público, y mucho menos si esa mujer era samaritana y llevaba una vida inmoral. Cuando Jesús decidió entablar una conversación con aquella mujer, estaba enseñando que él había venido a interesarse por todas las personas, independientemente de cual fuese su condición social, el color de su piel, o si era hombre o mujer. “Ya no hay distinción entre judío y no judío, ni entre esclavo y libre, ni entre varón y mujer. En Cristo Jesús, todos sois uno” (Gálatas 3:28). Por eso era necesario que Jesús pasase por Samaria.

Y en tercer lugar, Jesús pasó por aquel lugar porque era necesario que aquella mujer y el resto de los habitantes de la ciudad fueran confrontados con las demandas del evangelio y, concretamente, con la necesidad de arrepentimiento. Para que los samaritanos, y cualquiera de nosotros pueda recibir el agua viva, la vida eterna que Jesús quiere darnos, es necesario confesar nuestras maldades y cambiar de forma de vivir, es decir, tenemos que arrepentirnos de nuestros pecados. Eso es lo que Jesús quiso enseñarle a la mujer cuando puso al descubierto la clase de vida pecaminosa que ella llevaba (Juan 4:15-19). A Dios no le podemos esconder nada. Él lo sabe todo acerca de nosotros (Juan 2:25). Él sabe que todos somos pecadores, como recordaría también el apóstol Pablo a los romanos: “todos han pecado y están lejos de la presencia gloriosa de Dios” (Romanos 3:23). En ese “todos” estamos incluidos tú y yo.

El encuentro que aquella mujer tuvo con Jesús no sólo cambió radicalmente su vida, sino también la de todos los samaritanos que vivían en Sicar, los cuales pudieron conocer y recibir al Salvador de mundo en sus vidas, a Cristo Jesús. Este relato nos recuerda entre otras cosas, que nadie se puede salvar por si mismo. Todos somos pecadores y estamos perdidos, por lo que necesitamos ayuda. Querid@ amig@, Jesús vino para ser el Salvador del mundo. Tu Salvador. Por tanto, si quieres ser salvo, ES NECESARIO que tengas un encuentro personal con Jesús.

Benjamín Santana

Leave a Reply