
Una de las cosas que más me gustan en esta vida es ver cómo cae la lluvia. Aunque, la verdad es que, cada vez las precipitaciones son menos abundantes y tenemos menos oportunidades de ver este fenómeno meteorológico.
Según los últimos datos, se prevé que para el año 2050 casi 4.000 millones de personas sufrirán escasez de agua en el mundo. Es decir, un 40% de la población mundial tendrá graves problemas para abastecerse de este líquido elemento. Si hacemos caso a esta previsión -y nadie parece contradecir estos indicios- en el futuro inmediato los tiempos de sequía serán más prolongados y más cortos entre sí, aumentando el déficit de agua en nuestros pantanos.
Estas y otras predicciones hídricas parecen no tener mucho impacto en nuestro mundo. Posiblemente, porque esta sociedad ha invertido su futuro en un cortoplacismo que, embriagándose con el alcohol de la arrogancia intenta olvidar el fracaso de sus malas acciones. Pero lo cierto es que nos hemos cargado el planeta en un tiempo récor a base de destruir bosques, emitir gases contaminantes de manera masiva, dejar bajo mínimos los recursos primarios y generar tanta basura que somos incapaces de asimilar nuestros propios despojos. En otras palabras, lo de la sequía se ha convertido en una consecuencia de nuestros malos actos y en un juicio de nuestro mismo destino.
La Biblia dice en Génesis 1: 31 “Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera”. Cuando Dios creó la tierra no había nada imperfecto o que pudiera dañar lo más mínimo su orden y equilibrio natural. Sin embargo, la maldad del hombre ha ido borrando poco a poco el sello de Dios en su creación y se ha convertido en su peor enemigo. Si la escasez de agua es una consecuencia de nuestras malas acciones, entonces, el hombre ha fracasado en su misión como mayordomo de un mundo que gime por la liberación de esta horrible pesadilla.
En los tiempos del profeta Jeremías también hubo una gran sequía (Jeremías cap. 14). Con toda seguridad, la situación de Judá era muy grave porque en esos tiempos la única fuente de agua eran los pozos para abastecer el ganado y el consumo humano, pero la tierra se tragó el agua y el cielo cerró sus compuertas. Los animales morían por inanición al no encontrar hierba para comer, los campos no producían alimentos y las personas sobrevivían a duras penas. Dios había mandado un juicio contra su pueblo, pero este no quería asumir su culpa ni arrepentirse de sus pecados, por tanto, la sequía persistió.
Y pensando en esto, ¿no será nuestra situación actual semejante a la de Jeremías? El cielo y la tierra son testigos de un tiempo en el cual “todo era bueno en gran manera”. Sin embargo, nos hemos creído los dueños de un mundo que gozaba de la perfección de Dios, pero que ahora agoniza por nuestras injusticias. Y lo peor de todo es que no queremos asumir nuestra culpa, ni arrepentirnos de nuestros pecados contra el Dios creador de cielos y tierra, de la misma manera que no hicieron en tiempos del profeta Jeremías.
Con toda seguridad, el cambio climático que estamos sufriendo es el clamor de una creación que está al borde del colapso. En los tiempos de Noé, Dios juzgó la maldad del hombre anegando la tierra y extinguiendo gran parte de la humanidad con agua. ¿Acaso Dios no nos estará dando un aviso de lo que puede pasar, esta vez, cerrando las fuentes del cielo para que no llueva? ¿Acaso Dios pasará por alto el pecado y el maltrato a su creación? ¿Acaso somos nosotros mejores que los contemporáneos de Noé o de Jeremías para que no haya consecuencias divinas? Si Dios no tuviera en cuenta nuestros actos injustos contra él y su creación, entonces, no estaría actuando como el Dios justo y soberano que es. Por tanto, en este caso, no solo tenemos lo que nos merecemos, sino que el juicio de Dios pone de manifiesto nuestras injusticias contra un planeta que gozó en otro tiempo del orden y perfección de Dios.
Ojalá las lluvias vengan como una señal de que todo esto ha sido un mal sueño y esta generación pueda dar una herencia perdurable a nuestros hijos. Aun así, la sequía seguirá siendo testigo fiel del fracaso del ser humano y del juicio de un Dios que no puede pasar por alto nuestro pecado, ni puede dar por bueno el maltrato a su creación.
José Valero Donado