
Tres cosas hay en la vida: salud, dinero y amor, decía la canción. Son muchos los que consideran estas cosas como esenciales para poder ser felices. Pero, ¿qué pasa si no las tenemos o quizás las teníamos pero luego las perdemos? Después de la gran crisis económica que se inició en el 2008-2009, fueron muchas las personas que perdieron sus trabajos, sus negocios, su poder adquisitivo. Eso trajo como consecuencia que aumentara el número de gente que se suicidó. Personas que aparentemente eran felices, ya que tenían grandes fortunas, pero que una vez que perdieron sus riquezas, decidieron que la vida no valía la pena vivirla. ¿Cuál es nuestra actitud antes las cosas materiales y temporales?
En una ocasión a Jesús le solicitaron su ayuda para que decidiera sobre un asunto familiar que tenía que ver con el reparto de una herencia. El Señor se negó a ser parte de estos asuntos que tenían que ver con cuestiones materiales. Eso sí, Jesús aprovechó esta ocasión para advertir a sus discípulos en cuanto a lo peligroso y necio que es poner nuestra confianza en nuestras posesiones materiales, “porque la vida de uno no depende de la abundancia de sus riquezas” (v.15). Nuestro dinero no es lo que nos da la felicidad ni la vida abundante que Jesús ha prometido a los que creen en él. Tu vida y la mía no dependen de la abundancia de las riquezas que poseemos. Aunque no cabe duda de que necesitamos recursos económicos para poder vivir, lo que tú y yo necesitamos más que ninguna otra cosa para encontrar la felicidad es tener una relación personal con Jesucristo. La persona que tiene de todo en este mundo pero no tiene a Cristo, no tiene nada. Pero el que no tiene nada, pero tiene a Cristo, lo tiene todo. Para explicar esto, Jesús contó una historia acerca de un hombre al cual la vida le había sonreído en cuanto a lo material se refiere. Este relato se encuentra en Lucas 12:13-21. Jesús enseña al menos tres cosas que haríamos bien en recordar.
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El peligro de olvidar
La avaricia nos hace olvidar que quien nos ha provisto de todo lo que tenemos es Dios mismo. Este hombre era rico gracias a que Dios le había bendecido haciendo que los campos produjeran gran abundancia de alimentos (12:16-17). Que sepamos, sus riquezas las había obtenido de manera honrada. Pero fue el Señor quien le proveyó de todas esas riquezas. Más aún, Dios es el verdadero Dueño de todo lo que poseemos. En realidad, ninguno de nosotros es propietario de nada, ya que todo le pertenece al Señor. Si en esta vida Dios nos ha bendecido con muchos bienes materiales, tenemos que darle las gracias, porque ha sido él quien nos ha provisto con abundancia. El problema surge cuando nos olvidamos de donde viene todo lo que tenemos, porque eso nos puede convertir en personas avariciosas y egoístas que sólo piensan en sí mismas. El problema de este hombre no es que poseía muchas riquezas, sino que las riquezas le poseían a él.
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Lo efímero de lo material
No solo mostró avaricia sino también un elevado nivel de necedad cuando pensó que las riquezas que había acumulado le iban a traer reposo a su alma (12:18-20). Pero, ¿es posible satisfacer el alma con bienes materiales? Lo peor de todo es que pensaba que estas riquezas temporales las tendría por muchos años y que tendría una larga vida para disfrutar de ellas. Este hombre planificaba toda su vida sin tener en cuenta que, después de esta vida terrenal y temporal en la tierra, viene otra vida que es eternal, que viviremos con Dios en el cielo, o sin Dios en el infierno. Depende de lo que hayamos hecho con Cristo mientras vivíamos en la tierra. Él había estado trabajando y atesorando riquezas que se iban a quedar aquí una vez que él muriese. Qué diferente la actitud del salmista cuando dijo: “«Hazme saber, Señor, el límite de mis días, y el tiempo que me queda por vivir; hazme saber lo efímero que soy. Muy breve es la vida que me has dado; ante ti, mis años no son nada. ¡Un soplo nada más es el mortal! Es un suspiro que se pierde entre las sombras. Ilusorias son las riquezas que amontona, pues no sabe quién se quedará con ellas. »Y ahora, Señor, ¿qué esperanza me queda? ¡Mi esperanza he puesto en ti!” (Salmo 39:4-6).
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El camino a la felicidad
Para obtener la felicidad Dios es fundamental (12:21). Él es el que da sentido y esperanza a nuestra vida. El que nos proporciona una nueva identidad que no está basada en lo que tenemos, sino en lo que somos. La verdadera y única riqueza que nos proporciona felicidad, seguridad y estabilidad en esta vida solo la podemos encontrar en Dios y su Hijo Jesucristo. Las personas que tienen su confianza en el dinero puede que durante un tiempo se sientan seguras y a salvo gracias a sus posesiones materiales, pero cuando estás faltan o desaparecen no tienen nada a lo que agarrarse y consideran que la vida ya no tiene sentido. Pero aquellos que tienen a Dios como el centro de su vida, la vivirán con total seguridad y conscientes de que su identidad en Cristo les hace vivir sin temor y con esperanza.
Querido amig@, hoy debes tomar una decisión. O seguir depositando tu confianza en las cosas materiales, en aquello que es terrenal y temporal, o poner tu confianza en lo celestial y eternal, es decir, en Cristo Jesús. Debes decidir a quién quieres seguir: “Ningún criado puede servir a dos amos al mismo tiempo, porque aborrecerá al uno y apreciará al otro, o será fiel al uno y del otro no hará caso. No podéis servir al mismo tiempo a Dios y al dinero” (Lucas 16:1).
Benjamín Santana Hernández