“El que no sirve para servir, no sirve para vivir”

Madre Teresa de Calcuta

Servir es una palabra con muchas acepciones, podemos utilizarla para describir aquello que se nos da bien hacer, pero también para expresar que estamos al servicio o bajo las órdenes de otra persona.

Es entonces cuando nuestra mente retrocede unas décadas y recordamos largas jornadas laborales a cambio de salarios que no cubrían las necesidades básicas de las familias. Aún hoy podemos mirar a otros lugares del mundo donde niños y adultos siguen afrontando situaciones laborales degradantes, viviendo exclusivamente para trabajar en naves industriales de las que no les es permitido salir.

Estas y otras formas de esclavitud, junto con la pésima actuación de aquellos “servidores públicos” que han cambiado el servicio por el poder, constituyen la peor imagen de esta palabra.

A pesar de las muchas formas en las que el ser humano la ha desvirtuado, concediéndole acepciones negativas, servir también tiene su sentido positivo. El servicio forma parte de la vida, de hecho la frase afirma que, si no tenemos capacidad para servir, tampoco la tenemos para vivir; constituyendo un binomio difícil de disociar.

“Servíos por amor los unos a los otros”

Esto ordenó Pablo a la iglesia en Galacia. Un mandato y una herramienta, el amor.

Solo un sentimiento de cariño, de entrega y de inclinación hacia otra persona, hacia cualquier persona, es lo que puede motivarnos al servicio. Entendiendo este como aquellos actos que voluntariamente hacemos por los demás, pero también otros que no surgen espontáneamente de nosotros y que nos requieren cierto sacrificio.

Esta es la forma correcta de servir, amando. Nuestro ejemplo e inspiración suprema de servicio y amor es Jesús. Un día en que sus discípulos estaban discutiendo sobre quién de ellos sería mayor en el reino de los cielos, Jesús hizo una declaración maravillosa sobre el servicio en primera persona.

“Entonces Jesús dijo: … el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos”

El gran amor de Cristo, que excede todo conocimiento, es el que le llevó a mostrarnos lo que es servir, hasta el punto de entregar su vida por nosotros.  A través de este acto, recibimos un gran obsequio, recibimos el beneficio del perdón de nuestros pecados y de la vida eterna.

Durante su tiempo en la tierra, Jesús sirvió a sus contemporáneos amándoles, enseñándoles acerca del reino de Dios, cuidándoles, sanándoles, cubriendo sus necesidades; pero especialmente y con alcance universal, muriendo en una cruz, en obediencia al Padre, pagando el precio de nuestro pecado. Él se ofreció a sí mismo como un cordero, un cordero sin mancha, el cordero de Dios que quita el pecado del mundo.

Un servicio que sólo será eficaz si lo comprendemos, si lo aceptamos y si confiamos en su valor eterno. Aceptarlo implica experimentar el amor de Cristo y su obra en nosotros, en nuestra vida. Esto nos capacitará para servir al prójimo y para hacerlo por amor. El amor de Cristo nos faculta para vivir de una manera diferente, para hacer del servicio nuestro estilo de vida.

Marta López Peralta