En un tiempo en el que cuidamos y valoramos tanto nuestra imagen exterior, dejamos en el olvido nuestra esencia, lo que nos hace especiales y diferentes, aunque no siempre sea buena; pero es lo que Dios realmente ve y valora.

Pero Dios quitó a Saúl y lo reemplazó con David, un hombre de quien Dios dijo:

He encontrado a David, hijo de Isaí, a un hombre conforme a mi propio corazón;

él hará todo lo que yo quiero que haga”  Hechos 13:22

 Cualquier lector diría de David que fue un personaje histórico con una vida apasionante. Podemos encontrarle en la montaña cuidando el rebaño de su padre, en tono desafiante frente al gigante Goliat, luchando como un valiente soldado a las órdenes de Saúl, incluso como un músico y poeta virtuoso, un amigo leal, un amante esposo, un hombre perdonador o un buen adorador… aunque también lo hallamos tomando malas decisiones y errando gravemente. Esto es porque David era un hombre normal, sujeto a las mismas pasiones que el resto de la humanidad, no destacó por llevar una vida perfecta, aunque sí habría tenido buenas instantáneas para compartir en Instagram.

Es posible que esto nos lleve a pensar que David no es merecedor de las palabras que Dios pronunció respecto a él “un hombre conforme a mi propio corazón”. Pero es que Dios no se queda en las instantáneas, ve mucho más que nosotros, ve nuestros actos externos y también nuestro interior. En David vio a un hombre humilde, que le amaba y le obedecía, un hombre capaz de reconocer su pecado, de pedir perdón y de aceptar, sin queja, la confrontación.

A lo largo de su vida, David se vio inmerso en graves problemas familiares como aquel triste y desagradable incidente en el que Amnón, su hijo mayor, se enamoró obsesivamente de su hermana Tamar y la violó; o su subsiguiente asesinato ejecutado como venganza por parte de Absalón, otro de sus hijos.

Poco tiempo después enfrentó una rebelión dirigida por su hijo Absalón que, unida a la traición de Ahitofel, su mejor amigo, compañero y consejero, le sacudió fuertemente. Tanto, que su propio cuerpo se resentía, hasta el punto que clama:

“Mi corazón late en el pecho con fuerza;

Me asalta el terror de la muerte.

El miedo y el temor me abruman,

Y no puedo dejar de temblar.

 No es un enemigo el que me hostiga;

Eso podría soportarlo.

No son mis adversarios los que me

Insultan con tanta arrogancia;

De ellos habría podido esconderme.

En cambio, eres tú, mi par,

Mi compañero y amigo íntimo.

¡Cuánto compañerismo disfrutábamos

Cuando caminábamos juntos hacia la casa de Dios!”

Salmo 55:1-5, 12-14

Realmente era angustiosa su situación, parecía que el mal le había rodeado y no tenía escapatoria. ¿Qué se puede hacer cuando el dolor es tan grande y no quedan fuerzas? David, que era un hombre experimentado, con muchas vivencias difíciles sobre su espalda, hizo una buena elección:

“Pero clamaré a Dios,

y el Señor me rescatará.

Mañana, tarde y noche

clamo en medio de mi angustia,

y el Señor oye mi voz…

Entrégale tus cargas al Señor,

Y él cuidará de ti”

Salmo 55:16-17, 22

Acudir al Señor, clamar y descansar en Él. David había aprendido que esta era la mejor opción. No era la primera vez que lo hacía. Su vida se había caracterizado por su confianza en Dios; en su niñez, en su juventud y en la edad adulta. En los momentos de luz y en los momentos de sombra, David corría a refugiarse en su Creador, se humillaba delante de él, lloraba arrepentido por su pecado y Dios le restauraba. Reamente David era diferente.

Por esto es que en este momento tan difícil, clamó al Señor con insistencia. Necesitaba descargar toda su angustia, preocupaciones y malestar en Él, estaba seguro de que solo Él podía ayudarle y también de que lo haría.

Y ese es el consejo que nos ofrece en este salmo: Llevar todas nuestras preocupaciones y problemas al Señor, confiar en que el Señor realmente nos escucha y nos cuida.

“No es que Dios esté obligado a escuchar todas las oraciones, quiera o no quiera, sino que Dios, aun contando con la facultad de escuchar o no escuchar, no tiene ni voluntad ni intención de dejar de hacerlo, nunca deja de prestar atención a las peticiones de aquellos que claman a él.” Joseph Caryl, siglo XVII

No camines solo. ¡Decide sabiamente!

Marta López Peralta

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