Los dos huertos

By 11/01/2015Reflexiones

Hace algunos años era común ver en muchas casas que disponían de un patio, un pequeño huerto donde sus propietarios plantaban diferentes clases de árboles y en donde cultivaban hortalizas. Creo que tiene que ser bonito, aunque también muy laborioso, tener en tu propia casa un huerto donde poder hacer esto. Quizás los dos huertos más conocidos en la historia de la humanidad sean los mencionados en la Biblia: el huerto de Edén, donde Dios colocó al primer hombre, Adán (Génesis 2:8),y el huerto de Getsemaní, el lugar al que Jesús fue para restaurar lo que el primer hombre había destruido (Mateo 26:36; Juan 18:1).

El huerto de Edén tuvo que haber sido un lugar realmente muy hermoso, donde había “todo árbol delicioso a la vista y bueno para comer”, y en donde además se encontraba “el árbol de vida” (Génesis 2:9), un árbol del cual el hombre podía haber disfrutado para siempre, si no hubiera pecado contra Dios. Con su transgresión, Adán perdió su derecho al árbol de la vida y hundió a la raza humana en la muerte y en el pecado, “porque todos pecaron en el” (Romanos 5:12-21), lo que dio lugar a la condenación de todos.

Lo cierto es que, el pecado de Adán no fue algo que le afecto sólo a él como individuo; sino que por su acción el pecado reinó en todo el mundo. Debido a su desobediencia, la herencia del pecado y de la muerte pasó a toda la raza humana. Esta muerte que sigue al pecado es una muerte física, espiritual y eterna. Como consecuencia de la desobediencia del primer hombre, el ser humano nace fuera de una relación correcta con Dios, y nace condenada a empeorar constantemente tal relación. Así que el acto de Adán, aunque es el acto de un hombre, resultó en la muerte de todos los hombres. “por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23).

Queridos amig@s, aunque es cierto que el pecado de Adán tuvo unas consecuencias universales, hemos de saber que tú y yo somos responsables de nuestros pecados. En lo más profundo de nuestro ser cada uno de nosotros sabe que es también un Adán. Ningún hombre es culpable por el pecado de Adán; la culpa y la muerte espiritual acompañan sólo al pecado personal. Si bien la muerte reina como una consecuencia de la caída, adquiere poder sobre el individuo sólo debido a su propio pecado. Es importante reconocer ambos aspectos del pecado, tanto el universal como el individual.

Pero permíteme que te cuente la historia completa, porque si bien el acto de desobediencia de Adán en el huerto de Edén hundió a toda la raza humana en la muerte y en el pecado, el acto de obediencia de Cristo en el huerto de Getsemaní pone abundancia de vida a disposición de todos. Lo que sucedió en el huerto de Getsemaní fue un paso hacia el árbol de la muerte, la cruz (Hechos 5:30; 1 Pedro 2:24). El que fue crucificado en el madero del Calvario conquistó la muerte y por medio de su gloriosa resurrección restauró el árbol de la vida a todos los que creen.

El primer Adán pecó en el huerto de Edén; el último Adán, Cristo Jesús, tomó sobre sí ese pecado cuando murió en la cruz. Frente al pecado primordial de Adán se coloca la gran Obra de redención llevada a cabo en el Gólgota. Cristo ofrece a todos los hombres y mujeres el perdón gratuito de todos sus pecados. “Porque la paga del pecado es la muerte, más la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 6:23).

Cristo por su muerte ha logrado mucho más que lo que se consiguió con los efectos de la caída. Los beneficios recibidos de Cristo, el segundo Adán, son mucho más abundantes que el desastre que heredamos del primer Adán. Es gracias a su muerte que nosotros tenemos vida. No fue por ninguna de nuestras obras de justicia, sino sólo por los méritos de nuestro Señor Jesucristo. Fue por su gracia. Es don inmerecido (Efesios 2:8-9).

Por el pecado de Adán cometido en el huerto de Edén, toda la raza humana quedó contaminada de pecado y separada de Dios; pero por la justicia de Jesucristo toda la humanidad adquiere la justicia y vuelve a estar en la debida relación con Dios. Si bien la raza humana se deformó por en el primer hombre, es elevada a mayores alturas de bendición en el último Adán, Jesucristo. “Porque por cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de los muertos. Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados” (1ª Corintios 15:21-22).

Querido amig@, que Dios te bendiga en este 2015, y no olvides el regalo que Dios te ofrece a través de la vida, la muerte y la resurrección de Su Hijo Jesucristo. Recuerda, Dios fue quien nos formó, el pecado nos deformó, pero Cristo es quien nos transforma dándonos una vida que es nueva y eterna.

Benjamín Santana Hernandez