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No me considero una persona mayor, aunque tengo que reconocer que ya no tengo las mismas fuerzas, habilidades o reflejos que hace veinte años. De hecho, curiosidades de la vida, cuando meditaba en estos días que ya estoy en la cincuentena, me venía a la mente el día en que mi madre cumplió los cincuenta años. Unos días antes acompañé a uno de mis hermanos a encargar una tarta donde le pedimos a la pastelera que pusiera una frase afectuosa y el número cincuenta encima del pastel. En aquel momento yo tenía veinticuatro años, y consideraba a mi madre una mujer “mayor”. Ahora tengo cincuenta y cuatro años y no tengo la sensación de ser un hombre “mayor”. Lo que sí es cierto es que llega un momento en nuestra vida donde comenzamos a percibir y a ser conscientes de que el tiempo y la vida pasan muy fugaces. Pero esto no es algo nuevo. El autor del Salmo 90, un texto que encontramos en la Biblia, escribió precisamente acerca de esto mismo, la fragilidad y brevedad de la vida.
En los primeros versículos (Salmo 90:1-2), el salmista hace referencia a LA ETERNIDAD DE DIOS. El autor declara que ya sea que pensemos en el pasado, antes de que nacieran los montes, se formara la tierra y el mundo, o que estemos haciendo referencia al futuro, desde el siglo y hasta el siglo, Dios ya existía. Desde que Él creó al ser humano hasta ahora, Él ha sido un refugio, una ayuda para todos aquellos que han confiado en Él, de generación en generación, es decir, a través de todas las épocas de la historia de la humanidad. Y esto es así porque Él es un Dios eterno.
Pero después de presentar la eternidad de Dios, el salmista se centra en el tema principal del salmo que no es otro que el de LA BREVEDAD DE LA VIDA DEL SER HUMANO, el cual, comparado con el Dios eterno, es un ser frágil, efímero y transitorio. Vivimos la vida como si ésta fuese a durar para siempre. Pero esto no es así, como bien sabemos. En el principio de la creación Dios permitió que el ser humano pudiese alcanzar casi los mil años de edad. Que tengamos constancia, el hombre más longevo que ha existido se llamaba Matusalén, que llegó a “celebrar” 969 cumpleaños (Génesis 5:27). Pero a pesar de que Dios permitió que muchos rozaran tal cantidad de años al final todos murieron. Para nuestras mentes finitas esto nos parece mucho tiempo, pero para Dios no lo es. Porque mil años, son para Dios como el día de ayer, que ya pasó; son como unas cuantas horas de la noche (Salmo 90:4).
El autor del Salmo emplea tres imágenes para ilustrarnos lo breve que es realmente la vida del ser humano (Salmo 90:5-6). La primera hace referencia a un torrente de aguas que viene de repente y en muy poco tiempo se lleva la vida de una o varias personas, como tristemente muchas veces escuchamos en las noticias. La segunda es la de que la vida es como un sueño. Qué corta se nos hace a muchos la noche. ¡Y qué rabia da cuando suena el despertador en lo mejor de sueño y tenemos que levantarnos! La tercera imagen que nos ilustra la brevedad de la vida es la de la hierba, que brota y florece a la mañana, pero a la tarde se marchita y muere.
Dicho de otra manera: la vida del hombre sobre esta tierra no es eterna, tiene fecha de caducidad. Un día todos vamos a morir. ¿Por qué? El autor responde diciéndonos que morimos debido a nuestras maldades, nuestros pecados. Dios está airado con toda la humanidad. Todos estamos bajo su ira y esto hace que todos nuestros días declinen. Es posible que algunos alcancen la edad de setenta años, y los más fuertes ochenta (Salmo 90:7-11). Sabemos que en el día de hoy algunos llegan a sobrepasar los cien años. Pero, sea antes o después al final todos morimos.
Por causa de nuestros pecados, acabamos nuestros años como un pensamiento… pronto pasan y volamos. El apóstol Pablo escribió que la paga del pecado es la muerte (Romanos 6:23). Antes había escrito que por medio de un solo hombre el pecado entró en el mundo, y por medio del pecado entró la muerte; fue así como la muerte pasó a toda la humanidad, porque todos pecaron (Romanos 5:12). Pero el apóstol finaliza este texto diciendo que, si es verdad que toda la raza humana quedó contaminada por el pecado de un solo hombre, Adán, también es igual de cierto que debido a la justicia de un sólo hombre, Jesucristo, toda la humanidad puede volver a estar reconciliada con Dios si ésta acepta por fe el regalo inmerecido que le es ofrecido: “así como el pecado reinó para muerte, así también la gracia reinará por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro” (Romanos 5:21).
Sí, es cierto que “el salario de nuestro pecado es la muerte, pero la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Romanos 6:23). Si aceptamos su regalo, la muerte ya no nos resultará algo terrible. En vez de recibir condenación, recibiremos la bendición que nos ofrece Dios por medio de su Hijo Jesucristo: el regalo de una vida que dura para siempre.
Benjamín Santana Hernámdez

